Antes os comentábamos que el graffiti obedece a un código muy concreto y cerrado. En el caso del postgraffiti pasa lo contrario: el ámbito se extiende al público en general, dejando de ser un ejercicio protagonizado por un círculo de “escritores” especializados. La razón de esta apertura se debe, en gran parte, a la unión del arte académico con la cultura popular y el graffiti.
Al contrario del graffiti “tradicional”, en el que la competición era el motivo principal de los escritos, en el postgraffiti el escritor no compite con sus semejantes ni utiliza un código concreto de normas de ejecución. Sin embargo, la libertad no significa saltarse las normas cívicas, sino lo contrario, el “escritor” de postgraffiti, generalmente con formación académica, suele pintar en superficies públicas abandonadas o neutras, evitando la profanación del patrimonio arquitectónico y de la propiedad privada. Por otro lado, los materiales también son otros.
El postgraffiti recurre a materiales diversos como el papel (a través de carteles y pegatinas) y la plantilla, que permiten a este nuevo “escritor” de graffiti ejecutar su obra de forma rápida y discreta. Así lo hizo uno de los más conocidos artistas de graffiti del siglo XX – Keith Harring. Este famoso escritor/ pintor se considera uno de los primeros “postgraffiteros” que inauguró esta modalidad en los inicios de los años 80. Sus obras se pueden ver sobretodo en el metro de Nueva York, Paris, Berlín e incluso Barcelona.
En cuanto a los criterios de observación de una obra de postgraffiti, una vez más debemos comparar con el graffiti tradicional. En este último, la localización de las obras no obedece a criterios de entorno visual ni a las leyes de la simetría. Sin embargo, en el primer caso – el postgraffiti – la localización de las pintadas es elegida de forma discreta y cuidadosa y se produce una adaptación ingeniosa de la forma de la pintada con la superficie o zona que le sirve de soporte, como si de una instalación se tratara. Estos aspectos, aliados a una multiplicación de las representaciones en zonas semejantes, produce un efecto casi publicitario que envuelve el transeúnte/ espectador en un juego comunicativo con el artista.
Es el caso de la repetición de motivos gráficos como la “cara icono” de Shepard Fairey, denominada también de postgraffiti icónico, en contrapunto con el postgraffiti narrativo que siempre aporta contenidos nuevos a cada pintada (caso de Swoon, Banksy o Harring). Aun así, ambas formas del postgraffiti – narrativa e icónica – obedecen a la “ley” principal del graffiti en general. Es decir, el reconocimiento de la identidad del autor y de la continuidad de su obra y estilo.
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